Lugares que no existen, llegar al éxtasis de la perdición, no encontrar salida; llegando a un punto donde hay que rendirse y regodearse con calma en la nada. ¿Son memorias de un sueño que se convierte en la experiencia? Tal vez son pasillos infinitos y luces que parpadean con un zumbido sordo. Nos sumergimos en los espacios liminales donde lo familiar se toma inquietante de un modo subliminal; lo cotidiano pierde su propósito. No hay sangre ni monstruos, sino el eco de algo que falta. Fragmentos de una nostalgia que no pertenece a nadie, recuerdos falsos que se sienten extrañamente reales. En cada fotografía existe una historia no contada, una voz sin sonido, un silencio cargado de presencias invisibles e incomprensibles pero llenas de expresión. Internet se convierte en el nuevo sótano del arte: oscuro, caótico; brotando de lo invisible, floreciendo en rincones olvidados donde el algoritmo no mira, pero el alma sí. Entrar en esta exposición es aceptar perderse, caminar por pasillos que no llevan a ninguna parte, abrir puertas que no conducen a ningún hogar. Porque, a veces, el arte también habita en lo incomprensible.